José Alfredo Jiménez, el compositor improvisado que conquistó los corazones de las Mexicanos.
Sus canciones, más que una planeación organizada, regulada y consciente, eran producto de una espontánea inspiración, que sacudía más su corazón que su cerebro. Un arte que para algunos entes literarios sería desordenado y caótico. ¿Pero quién afirma que el arte no es arbitrario?
José Alfredo escribía donde le diera la noche, con innumerables copas encima, en el rincón de cualquier cantina, con el corazón despellejado por las desdichas de los desamores que duelen y los rechazos conferidos hacia su persona. Es el poeta del desprecio que sobrevive con la más ínfima esperanza de consideración. Es el ídolo de los desolados y abandonados, el verdugo del tequila, la esperanza en los amores ilegítimos, la supremacía de todos los compositores, el cantante con voz de rayo que rompía los escenarios en cada presentación, el único rey al que nos sentimos orgullosos de honrar y admirar.
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